El camino de la transformación: aprendizajes, desafíos e inspiración.

El padre de mi hija e hijo se había marchado un año antes para preparar nuestro futuro juntos y, como era previsible, mi cuñada ya tenía el control sobre su hermano. Él trabajaba para ella y su esposo. Nos prestaron una casa y un coche. Ya te imaginarás la mesa puesta para que ella pudiera dirigir nuestro destino, pues le “debíamos” y, en su opinión, conocía lo que era “lo mejor” para la familia.

 

La situación se mostraba propicia para que ella se vengara de mí, estaba convencida de que me tendría a sus pies. En el pasado, ya habíamos tenido ciertos desencuentros, ya que no le permití entrometerse en nuestra vida. Para ella, yo era la peor madre para su sobrines.

 

Mis peques y yo ya teníamos una visión diferente de la vida. Su padre se sentía cada vez más excluido y, en lugar de integrarse, optó por dejarse comer el coco por su hermana. Mi hijo deseaba regresar a México, no estudiaba (estaba repitiendo el bachiller, a pesar de haberlo concluido en México) y recurrió al alcohol y a las drogas, desatando conflictos con su padre, incluso llegaron a la agresión física.  Mi hija tuvo dificultades con la hija menor de la tía, pues se negaba a dejarse mandar por ella. Esto fue la gota que derramo el vaso. La situación alcanzó un punto crítico: mi cuñada (ahora excuñada), a gritos, me enfrentó y expresó todo su enojo diciendo: “¡Esto no puede continuar así, tus hijes y tú me están arruinando la vida! No quiero verte más en el café de las mañanas”. Te cuento un secreto: dejar de ir a ese café interminable fue un respiro para mí… ¡jeje!

 

 

 

De ahí en adelante todo fue a peor, se desataron constantes discrepancias en casa: el padre de mis hijes llegaba alterado tras el trabajo y recibir las constantes visitas de su hermana (para contarle algo nuevo de mí o de mis peques), con lo cual, tenía nuevas excusas para atacarme a mi o a su hijo.

Con esto, no pretendo decir que ellos estuvieran equivocados y mis hijes y yo tuviéramos la razón; eso sería culparlos y hacernos a nosotres las víctimas, y no lo fuimos. Ahora soy consciente de que solo fueron elecciones diferentes, de acuerdo con lo que cada quien consideraba lo mejor.

 

La verdad sea dicha, hoy les puedo decir en voz alta: ¡GRACIAS! Fueron parte del camino hacia esta vida más divertida que disfruto en estos momentos.

A pesar de sentirme más empoderada gracias a mi proceso de transformación personal, me atemorizaba tomar una decisión equivocada. Creía que, para mis hijes, era preferible permanecer en un mal matrimonio a una separación.

 

En aquella época, el divorcio era mal visto, se pensaba que los hijos sufrían mucho y que había que aguantar por ellos. Me angustiaba la idea de trabajar a tiempo completo, tener un jefe, pues jamás lo había tenido y no sabía si daría el ancho. También me agobiaba dejar solos a mi hijo de 18 años y a mi hija de 14, imaginando que se desviarían aún más del camino correcto. Tenía miedo de no poder hacerlo todo. Sin embargo, esa existencia no era vida para nadie y yo no estaba dispuesta a soportar más.

 

Un buen día, entre lagrimones, mi hija y yo recurrimos a mi madre para pedirle ayuda y regresar a México.

 

Su respuesta fue devastadora: “Ahí se quedan, ese es tu lugar, y tal como yo aguanté a tu padre por ti y tu hermano, tú también debes soportar a tu marido por tus hijes”.

 

Nos quedamos indignadas, incapaces de comprender que mi propia madre no quisiera brindarnos apoyo.

Ese enojo y resentimiento perduraron hasta hace poco, cuando fui consciente de que, para mi madre, esa había sido la elección más contributiva para todes. Ahora reconozco que mi frustración se debió a las enseñanzas que ella misma me transmitió: una madre hace todo por sus hijes, incluso a costa de su propio bienestar.

 

En este momento puedo honrarla y estoy profundamente agradecida con ella por su elección. Reconozco que fue el impulso esencial que me llevó a elegirme a mí misma y a no detenerme por nada, ni por nadie, ni siquiera por mí misma hasta cumplir mis deseos. Fue en ese instante cuando reconocí el poder de: ¡Quien quiere puede!

 

Tres palabras inofensivas, que suelen acarrear un sinfín de excusas, con las que muchas personas se escudan para no salir del confort y que se resumen en dos también muy potentes expresiones:  ¡no quiero!

A ti que llegaste hasta aquí leyendo este rollo, te pregunto:  ¿eres de las que dicen: “¡No puedo! o ¡No todas podemos!?” Si es así, te invito a conocer historias de personas reales de éxito, como, por ejemplo:

 

 Nick Vujicic – Orador motivacional australiano nacido sin brazos ni piernas debido al síndrome de tetra-amelia.

A pesar de los desafíos, ha inspirado a millones alrededor del mundo con sus charlas, libros y fundaciones.

  • A Nick Vujicic, lo menciono en primer lugar porque, para mí, fue la chispa que encendió mi corazón. Conocer su historia me impactó tanto que decidí, desde entonces, no volver a decir jamás: “¡No puedo!”

Nació en una familia extremadamente pobre en Mississippi, EE. UU. Fue víctima de abuso físico, psicológico y sexual desde muy joven. Vivió en distintos hogares, con una madre ausente y una infancia marcada por el abandono y el sufrimiento. Encontró refugio en la educación y el arte de contar historias. Se convirtió en una de las presentadoras más influyentes de la televisión estadounidense, productora, actriz y filántropa multimillonaria.

Frase clave: "Conviértete en la heroína de tu propia historia."

Y así podría citarte innumerables narraciones de mujeres y hombres, que, a pesar de las circunstancias, eligieron usar sus experiencias como impulso, transformándolas en crecimiento, visibilidad y prosperidad.

 

En mi caso, la forma más divertida de seguir recorriendo el camino hacia mis sueños fue dejar de enfocarme en dramas e imposibilidades y rodearme de relatos y personas que hablen de posibilidades.

 

Los meses pasaron y, un día, mientras caminaba explorando un nuevo sendero, llegué al lado de un río, me senté y pregunté al universo: “¿qué hago? ¿cuál decisión es la correcta?”

Imaginé mi destino a México a la izquierda del río y quedarme en Villacarriedo a la derecha. De repente, mientras recorría el cauce con todos mis sentidos, recordé la metáfora “A Ritmo de Arena y Piedras”.

 

¡Ahí estaba la señal! Las piedras y la fuerza del agua me revelaban el camino hacia una vida más plena y divertida. Aunque en ese instante no lo tenía muy claro, recuerdo sentir a mi cuerpo relajarse al centrarme en el lado izquierdo, y tensarse al recorrer el derecho. Entonces elegí: “¡Mis hijos y yo regresamos a México, cueste lo que cueste!”

En aquel momento, creía que tenía que elegir lo correcto y que solo había dos alternativas. Hoy sé que no existe la elección perfecta, sino la que encamina a construir una vida y un cuerpo más sonrientes: ¡Existen infinitas posibilidades para lograrlo!

A veces, una pregunta lanzada al universo puede abrir caminos insospechados… ¿Te ha pasado?

En la tercera y última parte de este relato te compartiré qué sucedió después de ese paseo junto al río y cómo una elección cambió el rumbo de nuestras vidas para siempre.

 

💬 Me encantará saber qué te deja esta historia. ¿Hay algo que resuene contigo? ¿Tú también te has sentido frente a un cruce de caminos? Te leo con gusto en los comentarios.

 

¡Gracias por llegar hasta aquí! Nos vemos en la siguiente entrega.

 

 

Gracias por leer mis artículos y permitirme

ser parte de tu camino.

Te envío un abrazo lleno de sonrisas, alegría y mis mejores deseos para una vida llena de diversión y sueños cumplidos.

¡Hasta la próxima!

Con cariño

Rosa Mary

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